Crumb cabalga de nuevo en campo abierto.
El incansable azote de conciencias biempensantes, el eterno dedo en el ojo de las viejas, bienintencionadas y asfixiantes apariencias burguesas de serenidad y confort político, económico y sexual, el Atila underground puesto hasta arriba de LSD e infinidad de hierbas no precisamente aromáticas (eso pasó a la Historia)... el tipo adorado y escondido, el casi setentón Robert Crumb que hace por lo menos 40 años se instaló definitiva, inalterablemente en el Olimpo de la historia de los comics... sale de la cueva (la cueva es su casita de Sauve, aldea recóndita del sur de Francia, pertrechado entre su esposa Aline, sus ibujos y su colección de 5.000 discos de 78 revoluciones por minuto), sale de la cueva y le dice al mundo:“Aquí estoy”
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