En una situación política asentada, diez meses es un tiempo muy corto en el que nada nuevo, salvo catástrofes, debería producirse. Así ha ocurrido en España hasta hace poco y durante varias décadas: salvo en las elecciones del 2004, que estuvieron marcadas justamente por algo tan extraordinario como los atentados de Atocha, en todas y cada una de las generales que tuvieron lugar desde 1982 el resultado final estuvo más o menos previsto desde al menos un año antes. Ahora, en cambio, la incertidumbre es grande y probablemente lo seguirá siendo hasta el día mismo de la votación. Aparentemente, todo puede ocurrir. ¿Es eso un signo de inestabilidad política? No parece. Porque las bases...
Carlos Elordi, Miércoles, 4 de marzo del 2015, El Periódico.
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