miércoles, 28 de febrero de 2018

Uno, grande y libre

Antes del cambio de siglo, España se venía definiendo, ufana ella, como un Estado social y democrático de Derecho, al menos desde que se aprobara la Constitución del 78. Así nos lo enseñaron en la Facultad a los que luego cogeríamos la toga.
Es verdad que la proyección social del Estado, en comparación con los restantes países de aquella Europa a la que apenas nos acabábamos de asomar, era bastante de andar por casa, pero era nuestro pequeño remedo de Estado de bienestar, y existían ciertas expectativas de converger, en los indicadores de calidad de vida,  con la primera línea europea.
Sin embargo, el tsunami de la crisis, y los surferos neoliberales que lo cabalgaban, han hecho trizas ese espejismo: la frágil tienda de campaña en la playa que era nuestro Estado de bienestar ha quedado literalmente arrasada por las políticas neoliberales implementadas so pretexto de la crisis.
A los salarios de miseria de los más afortunados (los que no han sido expulsados del mercado laboral), se une ahora la incertidumbre de las futuras pensiones que, si existen, se cobrarán en billetes del Monopoly. La educación y la sanidad públicas, paulatinamente degradadas por la asfixia presupuestaria, serán en no mucho tiempo un recurso estatal para pobres, caricatura de lo que un día fueron, de modo que sólo tendrá educación y sanidad de calidad quien se la pueda pagar, tal y como ha ocurrido ya con la enseñanza universitaria. De la dependencia o la renta mínima, mejor ni hablamos, y así podríamos seguir con una larga lista de renuncias del Estado a paliar, no digamos ya corregir, las desigualdades sociales a través de la acción pública. Fuente

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