El Parlament de Catalunya, la institución que encarna la voluntad
política de los catalanes, ha proclamado -por cierto sin la solemnidad
propia de un acontecimiento de esta categoría- la legitimidad del
president Carles Puigdemont. Eso significa que los catalanes quieren que
este hombre sea su president y si no puede ser es porque el sistema
democrático no funciona correctamente o ha dejado de ser democrático.
Después, por la tarde, desde el exilio, el muy honorable afirmaba que
"nos toca a nosotros encontrar la manera de seguir defendiendo y
promoviendo los valores de la República, de defender
nuestros derechos democráticos, de denunciar y perseguir los abusos
cometidos por el Estado español, y hacerlo a fin de que llegue a todo el
mundo. Que el mundo conozca mejor los abusos de un régimen que pone a
su jefe de estado al frente de la estrategia de ir a por los catalanes,
el inefable e inolvidable "a por ellos" alentado desde una monarquía que
ya ha dejado de representar, por decisión propia, a todos los
ciudadanos, y que sólo quiere representar a los que piensan de una
determinada manera".
Si las protestas del domingo pasado en Barcelona contra Felipe VI
marcaron una inflexión en la relación de la monarquía española con los
ciudadanos, el discurso de ayer de Puigdemont plantea un conflicto
institucional de la Generalitat con la dinastía borbónica que convierte
la institución catalana en un foco de disidencia que tan solo empieza y
que parece que va para largo. En Girona le hacen el vacío, y Cervera, la ciudad que apoyó a Felipe V, ha decidido retirar todos los retratos de los borbones. A ver quien sigue mañana. Fuente
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