Sigue sin estar claro si el gobierno se atreverá a exhumar a Franco y
llevarlo a otro lugar. Los ministros discrepan, azorados. Tocar el
Valhalla de la dictadura es mucho atreverse. Y verse en la obligación de
hacer algo con este horror moral y estético debe de producir
escalofríos. Aparte del recelo mítico está la cuestión de los muertos.
En Occidente se ha perdido la tradición del culto a los difuntos que,
sin embargo, forma parte de sus raíces culturales. En la antigüedad los
muertos debían ser honrados y enterrados, so pena de que vagaran por el
Hades eternamente. Los romanos los propiciaban bajo la forma de los
dioses manes. Algo de esto queda. No al extremo de que se hagan
libaciones en honor a los difuntos, pero sí lo suficiente para que nadie
admita como justa una situación en que hay decenas de miles de muertos
que no están enterrados dónde y cómo debieran.
El franquismo es doblemente deudor a los españoles: una vez por los
caídos sepultados en la basílica sin permiso de nadie y otra por los
asesinados y enterrados de cualquier forma en cunetas o fosas anónimas.
Eso es también lo que hay que decidir, aparte de llevarse los restos del
genocida a cualquier otro lugar. Y no se apuren por el emplazamiento:
no hay riesgo de que se convierta en lugar de peregrinación...
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