El mismo juez que retrasa 24 horas la suspensión de cargo electo para no
interferir en las conversaciones políticas entre Sánchez y Torra es
incapaz de ver que, declarando en rebeldía a Carles Puigdemont, en
realidad, pone en rebeldía a la mayoría del pueblo catalán, que votó por
aquel, en definitiva, a la propia Catalunya. Su sensibilidad política
está en sintonía con el gobierno y solo con el gobierno. El pueblo
catalán es una ficción y, ahora, una ficción rebelde.
La declaración de rebeldía de Puigdemont viene bien al juez porque es lo
que más se aproxima a ese delito de rebelión que se ha inventado y no
consigue probar por falta del elemento constitutivo esencial, la
violencia. Y, ciertamente, si rebelde es Puigdemont, rebelde es la
mayoría que lo ha votado. Es más, la rebelión consiste precisamente en
esa votación. Un rebelde, al fin y al cabo, es uno que se ha rebelado; o
sea, que se ha alzado o intentado alzar violentamente, que ha cometido o
intentado cometer el delito de rebelión. De forma que, como dijimos
unos posts más atrás, la instrucción no estará acabada en tanto no se
procese asimismo a los dos millones trescientos mil votantes de los que,
por lo demás, consta nombre, apellidos y domicilio...
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