Pues están muy bien, oye. La foto tranquiliza mucho. Se les ve firmes, seguros, saludables y contentos. Y sonríen. Ahora nos gustaría tener también una foto de Forcadell y Bassa y ya la satisfacción será completa. Aquí no se atisban las miradas aviesas, los fríos puñales en las bocamangas que los analistas procesólogos detectan con fino olfato.
"¡Ah, es el vergonzoso resultado de los privilegios de que gozan estos
políticos presos!", rezonga un cuñado de C's. Privilegios, ninguno. La
sonrisa viene de su conciencia de tener un pueblo detrás, que lleva más
de un año movilizado en su apoyo y procura de su libertad. De saber que
han llenado Catalunya de lazos y cintas amarillas. Ellos, que no llevan
ninguna, pues no les hace falta. Ellos simbolizan el amarillo.
Simbolizan la lucha contra la injusticia porque, como dice Thoreau en su
Desobediencia civil (1849) "cuando un gobierno encarcela a alguien injustamente, el lugar adecuado para un hombre justo es también la cárcel."
Presos políticos, presos de conciencia que no han cometido delito alguno
pues la violencia les es ajena. Presos que, por mandato democrático del
electorado, han participado en un proceso unilateral de independencia
como el que hizo Kosovo que España no reconoce pero casi toda la Unión
Europea, sí.
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