La
sesión monográfica de ayer nos dejó un cuadro bastante completo de la
situación en Catalunya. Completo, sin embargo, no quiere decir que esté
claro. El barullo y el griterío del Congreso y fuera del Congreso en
relación con Catalunya impide el distanciamiento y la frialdad
necesarios para entenderlo. En gran medida, la agitación está provocada
para impedir un análisis de alguna utilidad. Está pensada para
confundir, exasperar y llevar el conflicto a un punto de no retorno.
Interesados en la ceremonia de la confusión están todos aquellos que, no hace mucho, sostenían con suficiencia que la cuestión catalana, no tenía importancia, que era una algarada, una cortina de humo para ocultar la corrrupción del 3%; que el soufflé se desinflaría por sí solo; que era cuestión de descabezar el
movimiento independentista; que todo obedecía a la locura de un puñado
de visionarios; que los personalismos se cargarían la unidad; que esta
se rompería en cuanto les tocaran el bolsillo. Etc., etc. Tantos años
ignorando la realidad por un complejo hecho de arrogancia, desprecio,
autoritarismo e ignorancia y esta les ha estallado en los morros. A
todos. Y ha hecho caer las caretas. Todas.
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