Hace ya muchos años que Ignacio Ramonet, ese fino
analista de una especie en extinción, explicaba lo que estaba
ocurriendo con los medios de información. Decía Ramonet, entre otras
cosas: “La información no tiene valor en sí misma, por ejemplo, con
la verdad o en relación con su eficacia cívica. La información es, antes
que nada, una mercancía. En tanto que mercancía está esencialmente
sometida a las leyes del mercado, de la oferta y la demanda, y no a
otras reglas como podrían ser las derivadas de criterios cívicos o éticos”.
Este caldo de cultivo ha despertado el interés del capital
financiero, que en connivencia con los reguladores gubernamentales, se
ha hecho con el control del grueso de los medios y, de esta forma, poder
“instruir” al personal de acuerdo con su patrón ideológico.La concesión de las televisiones privadas en el Estado Español fue un buen ejemplo de ese maridaje cruzado entre lo público y lo privado, en detrimento de la independencia de los medios. Tras los procesos de concentración teledirigidos por los partidos hegemónicos (PP y PSOE), no es de extrañar que hoy la música de fondo de Mediaset coincida plenamente con la de Atresmedia, eso sí, bajo la mirada atenta de la banca.
Porque la banca está ahí, pues con el dinero del contribuyente ha conseguido limpiar un poco sus balances y, sobre todo, eliminar a los competidores más débiles, en procesos de fusión y absorción a coste menos que cero.
Y entre los pocos operadores bancarios que quedan nos fijaremos en CaixaBank, una extraña entidad que fue creada para custodiar los ahorros de las familias trabajadoras catalanas y que ha ido transformándose paulatinamente en un poderoso grupo de presión a nivel internacional, controlado por una pequeña minoría de trepadores profesionales, a los que no se puede negar su audacia y su cinismo.
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¿Hasta cuándo?
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