jueves, 7 de febrero de 2019

De la Cabra a Internet

En la última de las continuas piruetas que el gobierno del señor Sánchez realiza en el circo mediático español, el oscuro ministro Borrell ha querido dar un nuevo empuje a la “marca España”, con objeto de ocultar la realidad de una teórica democracia, cuya práctica política diaria es más propia de un Estado autoritario.
El público objetivo de la campaña es el exterior, con especial atención al mundo liberal-conservador que antes se etiquetaba como “Occidente”.
No lo tienen fácil porque el relato histórico, en el que coinciden las escuelas más prestigiosas del mundo académico, no les ayuda. Y es que la historia sitúa al Estado español como uno de los últimos reductos europeos del nacionalcatolicismo, una corriente de raíz castellana, que tuvo a Isabel la Católica como portaestandarte, y que luego se asentó con los Habsburgo y posteriormente con los Borbones.
Un Estado conquistador que fue perdiendo paulatinamente las colonias por su natural incapacidad para gestionar los recursos extraídos de forma predatoria, fruto de una cultura malgastadora, servil con los poderosos, contraria al espíritu comercial y especuladora. Es por ello que sus quiebras financieras fueron constantes, dejando de pagar a sus acreedores hasta el extremo de liderar el ranking de los Estados morosos.
En paralelo el Estado destinaba fondos a luchas religiosas (como la Contrarreforma) y mantenía tribunales ultraortodoxos como la Inquisición.
Como no les interesaba el comercio, se perdieron la Revolución Mercantil y siempre consideraron nefasta la Revolución Industrial, por el riesgo que conllevaba (a su juicio) que hubiera una concentración de la clase obrera y ello animara el espíritu revolucionario. Que Catalunya y en parte el País Vasco optaran por vías europeas y se apuntaran a las corrientes liberales, era considerado por las clases extractivas un desafío a su visión absolutista de la sociedad. Lógicamente tampoco absorbieron las corrientes ilustradas europeas, ya que la razón, la ciencia y el progreso no se ajustaban a sus principios.
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