sábado, 2 de febrero de 2019

Sin juventud, no hay nada



Me encuentro en una edad en la que los mayores me ven joven y los jóvenes ya me ven mayor. Algún niño me habla de usted y hace que un escalofrío me traspase de arriba a abajo. He pasado a ser la mamá de Mateo y de Lucía. Pero todavía hay quien se sorprende cuando le digo que tengo dos hijos. Yo recuerdo perfectamente cuando mis padres tenían mi edad, cuando tenían 35. Y de aquella me parecían mayores.
Pertenezco a esa generación que hace diez años consideraba que ser mileurista era una vergüenza, lo denunciábamos. Y exigíamos ayudas para podernos emancipar (y las tuvimos). Soy de la generación que disfrutó de becas públicas que la universidad nos daba para poder estudiar fuera. Pude formarme en Cooperación Internacional gracias a un programa que tenía por entonces la Junta de Castilla-La Mancha que se llamaba Jóvenes Cooperantes. Participé en algún campo de trabajo que se organizaba entre las distintas regiones del Estado (un verano limpiando el desierto de las Bardenas y elaborando un mapa para hacer recorridos a pie y en bicicleta).
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